Pues sí, en mi más tierna infancia ya apuntaba maneras, con tres añitos intenté terminar con el insigne Caudillo Francisco Franco. Todo ocurrió en Valencia, en la entrada de coches de la Capitanía General de la 3ª Región Militar, en la calle de Ximénez de Sandoval, junto a Gobierno Militar, que, años después, haría famosa un generalillo llamado Milan que le dió por jugar al Estratego en las calles de Valencia.
Por
entonces, el Insigne Generalísimo de los Ejércitos de la Cruzada
Contra las hordas judeomasonicocomunistas, alias rojos, decidió visitar al
generalito correspondiente,
que tenía al mando de aquella importante región, que tantos "sediciosos" había dado, para la necesaria vigilancia, no se hubieran dejado alguna semilla.
que tenía al mando de aquella importante región, que tantos "sediciosos" había dado, para la necesaria vigilancia, no se hubieran dejado alguna semilla.
Yo,
por azares de la vida, vivía justo enfrente, en unos pabellones
militares, habitados por gente de confianza, por supuesto, pero, no
sabían que las jóvenes generaciones podían tomar caminos
diferentes de sus progenitores.
El
caso es que yo, con mis tres añitos, no me acuerdo si ya me había
leído “El Capital” o no, pero poco debía de faltar, pude
contemplar la escena que se desarrollaba a mis pies, un grupo de
soldaditos de juguete se desplegaban a lo largo de la calle, como si
de bolos en la bolera se tratara y mientras un sodadín, lleno de
chapas en la chaqueta, paseaba por delante de ellos como si se
tratara de una bola mal lanzada , al mismo tiempo que una banda
tocaba una pomposa marcha.
Yo,
desde mi estratégica atalaya, cogí la primera de mis dos bombas, la
lancé haciendo parábola por encima de la barandilla del balcón,
apenas habían pasado unos segundos cuando se escucho un fuerte
estrépito, la calle se llenó de gritos, la banda se callo, los
soldaditos-bolos, como si una bola certera hubiera sido lanzada
cayeron rodando por el suelo, el señor de las chapitas se desplomo
sobre la calzada y varios acompañantes se echaron sobre él formando
una manta, las ordenes iban que volaban, ¡todos al suelo!, ¡carguen
sus armas!, ¡pónganse a cubierto!, ¡es un atentado!, ¡saquen al
Caudillo de aquí!...
Yo,
visto que no había conseguido mi objetivo, tome mi segunda bomba
dispuesto a terminar con lo que había empezado, la lance por el
mismo balcón con toda decisión, de nuevo se escucho el ruido de su
llegada a la altura de la calle, está vez conseguí que se hiciera
el silencio.
Los
minutos pasaban, no sabía lo que hacer, la única solución era
protegerme en las faldas de mi madre. No tardó mucho en escucharse
el timbre de la puerta, yo corrí a intentar disuadir a mi madre de
abrir la puerta, pera ella, ajena a mis preocupaciones me ordeno que
la dejara y se dirigió al recibidor, me di por perdido y decidido a
afrontar con gallardía mi osada hazaña, la acompañe hasta la
puerta. Al abrirla, ante nosotros, se alzaba un militar de tamaño
impresionante, le mire con desafió, con la frialdad que da el saber
lo acertado de tu conducta, él bajó los ojos y antes de decir nada,
dejó que su rostro mostrara una sonrisa escalofriante, se dirigió a
mi madre y le dijo:
-
Señora, estás botas son suyas.
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