lunes, 3 de diciembre de 2012

Yo atenté contra Franco



Pues sí, en mi más tierna infancia ya apuntaba maneras, con tres añitos intenté terminar con el insigne Caudillo Francisco Franco. Todo ocurrió en Valencia, en la entrada de coches de la Capitanía General de la 3ª Región Militar, en la calle de Ximénez de Sandoval, junto a Gobierno Militar, que, años después, haría famosa un generalillo llamado Milan que le dió por jugar al Estratego en las calles de Valencia.

Por entonces, el Insigne Generalísimo de los Ejércitos de la Cruzada Contra las hordas judeomasonicocomunistas, alias rojos, decidió visitar al generalito correspondiente,
 que tenía al mando de aquella importante región, que tantos "sediciosos" había dado, para la necesaria vigilancia, no se hubieran dejado alguna semilla.

Yo, por azares de la vida, vivía justo enfrente, en unos pabellones militares, habitados por gente de confianza, por supuesto, pero, no sabían que las jóvenes generaciones podían tomar caminos diferentes de sus progenitores.

El caso es que yo, con mis tres añitos, no me acuerdo si ya me había leído “El Capital” o no, pero poco debía de faltar, pude contemplar la escena que se desarrollaba a mis pies, un grupo de soldaditos de juguete se desplegaban a lo largo de la calle, como si de bolos en la bolera se tratara y mientras un sodadín, lleno de chapas en la chaqueta, paseaba por delante de ellos como si se tratara de una bola mal lanzada , al mismo tiempo que una banda tocaba una pomposa marcha.

Yo, desde mi estratégica atalaya, cogí la primera de mis dos bombas, la lancé haciendo parábola por encima de la barandilla del balcón, apenas habían pasado unos segundos cuando se escucho un fuerte estrépito, la calle se llenó de gritos, la banda se callo, los soldaditos-bolos, como si una bola certera hubiera sido lanzada cayeron rodando por el suelo, el señor de las chapitas se desplomo sobre la calzada y varios acompañantes se echaron sobre él formando una manta, las ordenes iban que volaban, ¡todos al suelo!, ¡carguen sus armas!, ¡pónganse a cubierto!, ¡es un atentado!, ¡saquen al Caudillo de aquí!...

Yo, visto que no había conseguido mi objetivo, tome mi segunda bomba dispuesto a terminar con lo que había empezado, la lance por el mismo balcón con toda decisión, de nuevo se escucho el ruido de su llegada a la altura de la calle, está vez conseguí que se hiciera el silencio.

Los minutos pasaban, no sabía lo que hacer, la única solución era protegerme en las faldas de mi madre. No tardó mucho en escucharse el timbre de la puerta, yo corrí a intentar disuadir a mi madre de abrir la puerta, pera ella, ajena a mis preocupaciones me ordeno que la dejara y se dirigió al recibidor, me di por perdido y decidido a afrontar con gallardía mi osada hazaña, la acompañe hasta la puerta. Al abrirla, ante nosotros, se alzaba un militar de tamaño impresionante, le mire con desafió, con la frialdad que da el saber lo acertado de tu conducta, él bajó los ojos y antes de decir nada, dejó que su rostro mostrara una sonrisa escalofriante, se dirigió a mi madre y le dijo:

- Señora, estás botas son suyas.

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