jueves, 6 de diciembre de 2012

África empieza en los Pirineos, de nuevo.



Ayer viví una experiencia que me entristeció más que desesperarme, aunque era para lo último. Ayer me tocaba en mi Centro de Salud, mi prueba mensual para el Sintrón, algo muy serio para quien lo ignoré, el caso es que hace pocos días me llamaron cambiándome la hora porque mi médico estaba enfermo. El cambio de hora no me vino nada bien, apenas tenía una hora para comer entre el trabajo y la consulta, pero comprendiendo las circunstancias me amolde.

Resignado, con el último bocado, me presenté poco antes de las cuatro en la sala de espera de mi médico, poco después llego su sustituto y se puso a pasar consulta, como era el primero, me llamó y le tuve que explicar que tenía que esperar a mi enfermera, que me iba a hacer la correspondiente prueba. Me quedé allí, esperando, pasó una hora, pasó una hora y media y por allí no se presentaba la deseada ATS, ya un pelín inquieto, le pregunte por ella al médico (hice tal osadía porque lo conocía), el llamo a control y, efectivamente, no estaba y, lo peor, no iba a estar, estaba de baja y no había dinero para sustituirla, que en el Ambulatorio no había nada más que una enfermera, que estaba de guardia en la sala de curas, que si quería podía ir a ver si me hacía el favor de hacerme la prueba.

Por supuesto que acudí, allí me encontré con el consuelo del tonto, no el único afectado, había un grupo de gente que le pasaba algo semejante, algunos que no habían sustituido a su médico y no le cabía otro remedio que pagarse de su bolsillo un medicamento carísimo y muy importante para su salud, su médico, para el que tenía cita, tampoco estaba y al que no habían puesto sustituto. Al final, después de dos horas y media, pidiendo favores, conseguí salir con mi prueba hecha, ignoro lo que le pasaría a los que se quedaron que no tenían la fortuna de conocer al médico.

No pude si no acordarme de mi señora Cospedal (en su madre no, que soy una persona educada) y en su Consejero de Sanidad, al fin y al cabo no son recortes, son ajustes técnicos... Ya comprendo yo, han decidido matar a unos cuantos pacientes para ajustar su número al Presupuesto. El dinero lo necesitan para los bancos y para ellos mismos. O puede ser que les interese que no funcione la Sanidad Pública porque sus “intereses” están en la privada.

Es que muy fácil destruir en un par de años lo que ha costado levantar decenios. Por desgracia vamos camino de tener, entre otras cosas, una sanidad tercermundista, vayámonos haciendo la idea de que África empieza en los Pirineos, de nuevo.

martes, 4 de diciembre de 2012

LIBRO: Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones



Es un colección de relatos autobiográficos de Charles Bukowski, el último de los escritores malditos, entroncado con Henry Miller y Hemingway. Nos muestra el lado más sórdido de la cultura norteamericana, esa que en los callejones con olor a meados, desarrolla una sucesión de borracheras memorables, droga, sexo, un mundo de cafetín de prostíbulo, donde el asesinato y la violación son meros accidentes de la vida.

El lenguaje es el que cabe esperar de escenarios semejantes. Si Miller, Hemingay y otros de su generación, “filosofaban” en sus relatos, por muy sórdidos que fueran, dándoles una dimensión trascendente, Bukowski no pretende nada, no pretende sacar consecuencias, nos deja ante la realidad desnuda, sin juzgarla, casi más entroncado con la obra de Genet.

Su longitud y su lenguaje lo hacen un libro muy asequible, muy interesante para conocer los EEUU en su trastienda, en lo que se cuece fuera de las rutilante avenidas de sus grandes ciudades, un buen aperitivo para penetrar en la literatura canalla de los americanos, que tan grandes páginas ha proporcionado.

lunes, 3 de diciembre de 2012

Yo atenté contra Franco



Pues sí, en mi más tierna infancia ya apuntaba maneras, con tres añitos intenté terminar con el insigne Caudillo Francisco Franco. Todo ocurrió en Valencia, en la entrada de coches de la Capitanía General de la 3ª Región Militar, en la calle de Ximénez de Sandoval, junto a Gobierno Militar, que, años después, haría famosa un generalillo llamado Milan que le dió por jugar al Estratego en las calles de Valencia.

Por entonces, el Insigne Generalísimo de los Ejércitos de la Cruzada Contra las hordas judeomasonicocomunistas, alias rojos, decidió visitar al generalito correspondiente,
 que tenía al mando de aquella importante región, que tantos "sediciosos" había dado, para la necesaria vigilancia, no se hubieran dejado alguna semilla.

Yo, por azares de la vida, vivía justo enfrente, en unos pabellones militares, habitados por gente de confianza, por supuesto, pero, no sabían que las jóvenes generaciones podían tomar caminos diferentes de sus progenitores.

El caso es que yo, con mis tres añitos, no me acuerdo si ya me había leído “El Capital” o no, pero poco debía de faltar, pude contemplar la escena que se desarrollaba a mis pies, un grupo de soldaditos de juguete se desplegaban a lo largo de la calle, como si de bolos en la bolera se tratara y mientras un sodadín, lleno de chapas en la chaqueta, paseaba por delante de ellos como si se tratara de una bola mal lanzada , al mismo tiempo que una banda tocaba una pomposa marcha.

Yo, desde mi estratégica atalaya, cogí la primera de mis dos bombas, la lancé haciendo parábola por encima de la barandilla del balcón, apenas habían pasado unos segundos cuando se escucho un fuerte estrépito, la calle se llenó de gritos, la banda se callo, los soldaditos-bolos, como si una bola certera hubiera sido lanzada cayeron rodando por el suelo, el señor de las chapitas se desplomo sobre la calzada y varios acompañantes se echaron sobre él formando una manta, las ordenes iban que volaban, ¡todos al suelo!, ¡carguen sus armas!, ¡pónganse a cubierto!, ¡es un atentado!, ¡saquen al Caudillo de aquí!...

Yo, visto que no había conseguido mi objetivo, tome mi segunda bomba dispuesto a terminar con lo que había empezado, la lance por el mismo balcón con toda decisión, de nuevo se escucho el ruido de su llegada a la altura de la calle, está vez conseguí que se hiciera el silencio.

Los minutos pasaban, no sabía lo que hacer, la única solución era protegerme en las faldas de mi madre. No tardó mucho en escucharse el timbre de la puerta, yo corrí a intentar disuadir a mi madre de abrir la puerta, pera ella, ajena a mis preocupaciones me ordeno que la dejara y se dirigió al recibidor, me di por perdido y decidido a afrontar con gallardía mi osada hazaña, la acompañe hasta la puerta. Al abrirla, ante nosotros, se alzaba un militar de tamaño impresionante, le mire con desafió, con la frialdad que da el saber lo acertado de tu conducta, él bajó los ojos y antes de decir nada, dejó que su rostro mostrara una sonrisa escalofriante, se dirigió a mi madre y le dijo:

- Señora, estás botas son suyas.