martes, 6 de noviembre de 2012

La Academia III: En el laboratorio de química


Don Ricardo, el Directos y profesor de química, era bastante despistado, como ya hemos visto con “Don Hipólito”, en ocasiones, este despiste llegaba a dar un aviso y saltárselo a continuación.

Una de las cosas que más orgullo le daba de su Academia era su completísimo laboratorio de física y química. La verdad es que era lo más completo que tenía, muy por encima de su alumnado, era una de esas cosas que hacen cierto el dicho de que “la miel no está hecha para la boca del asno”.

Un día decidió mostrarnos como se hacía de verdad una de las reacciones que acostumbrábamos a hacer en la pizarra. La cosa era fácil, consistía partir de ácido clorhídrico y zinc para obtener cloruro de zinc e hidrógeno.

Para ello íbamos a emplear el siguiente esquema:


En un matraz teníamos que poner agua y un poco de Zinc, lo tapábamos herméticamente con un tapón, que disponía de dos tubos, uno de seguridad (sin reflujo) y otro en forma de “S” para extraer el gas, un bol de cristal con agua y una ampolla conectada a una jeringuilla.

Nos aviso que el hidrógeno El hidrógeno, un gas altamente inflamable, puede acumularse en concentraciones explosivas dentro de tambores o cualquier tipo de recipiente, y que hay que tener cuidado al mezclar ácido clorhídrico con agua, siempre hay que poner el ácido sobre el agua y no al revés.

Él era el encargado de manipular y nosotros de ver. Con un cuentagotas cogió un poco de ácido clorhídrico, lo introdujo por el tubo de seguridad, este se mezclo con el agua, entro en reacción con el zinc, con lo cual, se obtenía cloruro de zinc que se disolvía e hidrógeno que salía por el tubo en “S”, burbujeaba en el agua y se almacenaba en la jeringuilla.

Terminado el experimento, comprobamos que coincidía con las cifras que habíamos calculado en clase. Finalizada la explicación, para terminar de ser instructivo, decidió mostrarnos que el hidrógeno era muy combustible, para ello separó la jeringuilla del resto del aparato, nos dijo que nos apartáramos y con cuidado acerco el mechero a la boca de la jeringuilla.

 
De repente, sonó como un disparo y un cristal que se rompía, todos nos echamos al suelo, él se quedo de pie, quieto, pálido, con el mechero en la mano.

No tardó don Rosendo de entrar en el laboratorio con un émbolo y diciendo que quien de nosotros lo habíamos tirado por la ventana.

Aquél día nos quedo claro lo que no había que hacer.


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